Viajar sola es una de las experiencias más excitantes y transformadoras que puedes vivir. Sin embargo, cuando una viaja sola no todo es maravilloso. Puede haber (y probablemente los haya) momentos difíciles, ocasiones en las que una se pregunta ‘¿qué demonios estoy haciendo aquí?, ¿quién me manda a mí viajar sola?’.
Sentir tristeza y soledad, miedo o inseguridad mientras viajas o ponerse mala a miles de kilómetros de casa sin nadie cercano, son situaciones incómodas y retadoras a nivel personal. No siempre ocurren, suelen ser momentos muy puntuales, pero es importante estar preparada y saber que estos momentos también pueden formar parte de la experiencia de viajar en solitario.
La parte positiva es que son estos momentos los que cada vez te hacen más fuerte y los que luego recuerdas riendo desde el salón de tu casa y atesoras como grandes anécdotas o retos que superaste.
Aquí comparto una pequeña muestra de algunos de esos momentos desafiantes a lo largo de mis viajes. En su momento lo pase mal (incluso, muy mal) pero lo más importante es saber que esos momentos pasan y prevalecen todos los aspectos positivos del viaje.
Cuando te pones mala:
En el top 1 sin duda está la vez en la que me puse mala (me refiero a mala, malísima) en un pueblo perdido de la India. Recordatorio constante en mi vida de pensarlo dos veces antes de aceptar comida regalada en trenes. Más de 12 horas de vómitos, visitas al WC, sangre, lágrimas y sed… muchísima sed porque me había quedado sin agua potable y estaba todo cerrado. Tanta sed y deshidratación que llegue a pensar que no lo contaba.
Lo de ponerme enferma en lugares lejanos y algo aislados es mi especialidad. Como aquella vez en Tana Toraja, en la isla de Sulawesi (Indonesia). Tras comer un ‘inofensivo’ plato de noodles, se acabó la aventura. Aún recuerdo estar sola en la habitación del hotel y llamar a mi familia llorando. Ahora desde la distancia, entiendo que, al dolor físico, se le sumaba un gran sentimiento de soledad. Fue uno de esos ‘colapsos’ que toda persona que haya viajado suficiente habrá experimentado alguna vez en mayor o menor grado.
Hay veces en las que una se va de viaje, pero te pones mala y el viaje lo pasas en la cama. Fue mi experiencia en Cuba en donde me quedé encerrada en el hotel durante siete días (incluyendo el día de mi cumple) y me tuvieron que pinchar en el trasero para que mejorara. A día de hoy puedo decir que he estado en Cuba, pero que no conozco Cuba.
En mi lista de momentos ‘¿quién me manda a mí…?’ no puede faltar la vez que decidí realizar una travesía en barco de cuatro días hasta la Isla de Flores. Otro recordatorio de no subirse a un barco durante varios días (¡no hay cómo escapar!) sin llevar medicación para los mareos. En los viajes, como en la vida, uno aprende a base de errores.
Cuando sientes miedo:
En mis viajes ha habido momentos, aunque no han sido muchos, en los que he sentido miedo. Mi familia siempre me ha dicho que llevaba un batallón de ángeles de la guarda porque lo cierto es que a veces por desconocimiento o imprudencia (sobro todo cuando era más joven) me he visto en situaciones en donde me he sentido en peligro.
Mi top 1 es la experiencia de descender en bicicleta la conocida como ‘la carretera de la muerte en Bolivia’. En su momento me pareció una buena idea, pero aún recuerdo la caída tan grande que tuve en la que casi me despeño y el miedo en el cuerpo durante el resto del trayecto. Otro momento ‘¿quién me manda a mí…?’ en toda regla. Las vistas eran espectaculares, pero no las disfruté del susto que llevaba encima.
Me encanta andar por las ciudades que visito para explorarlas y, a menudo, me dejo llevar. En algunos destinos, este deambular sin rumbo me ha llevado a entrar en zonas en donde, de repente, he sentido miedo. Me pasó en Rio de Janeiro y en Teherán. Recordatorio importante de que lo que separa una zona segura de otra que no lo es tanto a veces es tan solo una calle.
Cuando viajas sola, utilizarás todo tipo de transporte público. El único transporte en donde he pasado miedo (y mucho) ha sido en taxis. Me ha pasado un par de veces en Ciudad de México (después de subirme a más de 100 coches) pero la experiencia es tan desagradable, el miedo tan real, que ya nunca me subo en coches sin compartir itinerario e información con familia o amigos.
Cuando te sientes acosada:
La mayor parte del tiempo al viajar sola me he encontrado con gente que quiere ayudarme, entablar conversación por sincera curiosidad o directamente protegerme como en Irán. Sin embargo, he tenido alguna que otra experiencia desagradable.
En Tailandia, mientras subía a un templo algo aislado un monje budista se me acerco por las escaleras y me toco el pecho de repente mientras me decía ‘You are beautiful’. Lo mismo me ocurrió en la India, pero con un cura de un orfanato en el que era voluntaria (está claro que andaba siendo tocada por la divinidad). Tenía 18 años y mucha menos experiencia, pero aún recuerdo quedarme petrificada y no saber muy bien cómo reaccionar.
En Singapur, un hombre comenzó a seguirme durante varios minutos y después de comprobar que, efectivamente, me seguía me di la vuelta y le dije en inglés con cara de pocos amigos que o dejaba de seguirme o tendríamos problemas. Funcionó, se dio la vuelta y ahí termino todo. En situaciones estresantes el chute de adrenalina puede hacer que una reaccione de maneras inesperadas.
En muchos países los comentarios, silbidos o acercamientos mientras viajas sola pueden ocurrir y hacerte sentir incomoda. Lamentablemente, en ocasiones, van unidos a una sensación de inseguridad que hace que no hagas todas las actividades o planes que te gustaría. En determinados países he decidido no arriesgarme a salir por las noches o disfrutar de la vida nocturna por este motivo.
Cuando te sientes triste o sola:
Cuando viajas sola, lo haces en realidad con la mejor compañía que nunca tendrás: tú misma. Desde pequeñas se nos transmite la idea de que sin otra persona (normalmente un hombre) a nuestro lado, nos tenemos que sentir indefensas o inseguras. Pero esto es muy cultural, fruto de un sistema patriarcal frente al que hay que rebelarse y empoderarse.
Eso no quita que cuando viajas sola, haya días en que echas de menos a tus seres queridos. Momentos en los que te invade un sentimiento de tristeza por no poder compartir lo que estas viviendo con ellos. También hay días en los que, simplemente, la soledad se acumula y una se aburre ya de comer sola. Esos días son pesados, pero igual que llegan, desaparecen.
Al final cada una tiene que hacer balance. ¿Me compensan los aspectos positivos de viajar sola, todos los posibles sustos, inconvenientes o malos ratos? Mi respuesta siempre ha sido un sí rotundo.
Y para acabar en una nota optimista, te invito a que conozcas las 8 razones por las que viajo sola (y me encanta). Puedes leer el post aquí.
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